Maia Debowicz

De Maia Debowicz

Maia Debowicz

BIO

Maia Debowicz nació en 1985 en Buenos Aires, Argentina. Fanática del cine de acción, divide su vida entre la crítica de cine y las artes visuales. Colaboró en la revista Pez Dorado, House Cinema y A Sala Llena. En la actualidad publica regularmente en las revistas El Amante, Haciendo Cine, Loop y Letras Libres (México). En 2013 fue jurado del 8º Festival de Cine Latinoamericano de La Plata (FESAALP) y del II Festival de Cine Global Online COMUNIDAD ZOOM. Cuando sea grande quiere ser como Helen Mirren.

La vejez solo tiene mala fama

Si existe una característica que comparten la mayoría de los seres humanos esa es el temor a la vejez. Los zurcos que se abren camino en la piel, imitando los garabatos que trazan las ruedas de un tractor en la arena mojada, son interpretados como una condena mortal donde la finitud se hace carne. Como si la vida se acabara por decisión propia, mucho antes de lo pactado. Así es como los vestidos de Cenicienta que visten los ancianos miedosos se transforman en retazos de tela deshilachados horas antes de la medianoche, porque la magia solo existe cuando se cree en ella.

“Nadie acepta ser viejo porque nadie sabe serlo, como un árbol o como una piedra preciosa”, decía Silvina Ocampo. Por suerte, también pueblan este mundo ancianos valientes que le hacen frente a la muerte y hasta le escupen en la esquelética cara. Que viven cada día como si fuera el último al igual que un adolescente que, en vez de lucir aparatos fijos, usa dentadura postiza.

El ciclo La vejez solo tiene mala fama presenta siete películas que retratan esa minoría de ancianos apasionados que utilizan su bastón como espada para luchar contra los piratas en la próxima aventura. Abuelos que se sienten más jóvenes que sus nietos y rockean todas las mañanas hasta el día que exhalen el último aliento con sabor a Anís. Desafiando a John Cassavetes, quien afirmaba que era mucho más fácil filmar gente joven que vieja, estos directores eligen las arrugas por sobre la piel tersa y sin manchas confirmando que no pesa tanto el tema como la manera de abordarlo. Cortometrajes y largometrajes, ficciones y documentales, que nos perfuman los ojos con el aroma de caramelos de fruta que emanaban las manos de nuestros abuelos, de los que tuvimos y que desearíamos seguir teniendo. Pero, por sobre todas las cosas nos arranca el pánico de abandonar la adultez para convertirnos en viejos, ya que los protagonistas encorvados de estas historias no solo son soñadores, además son realizadores. Pueden viajar a Marte en un transporte destartalado, bailar tap reproduciendo el carisma de Ginger Rogers, otorgarles piernas de futbolista a un conjunto de botones, o filmar un western sin nada que envidiarle a John Ford. Cuando no hay nada que perder, más allá del tiempo que transcurre en cámara rápida, el miedo a equivocarse se reduce al tamaño de una crisoperla.

El final feliz del ciclo La vejez solo tiene mala fama reside en que no importa cuántos segundos más vivan los ancianos que habitan estas películas, ya que no van a morir nunca. Porque el cine fue, es y siempre será el enemigo principal de la parca.

La vejez solo tiene mala fama